martes, 1 de marzo de 2016

ORRADRE, VALLE ROMANZADO






En ésta entrada de hoy, nuestros recorridos después del periplo por el Valle de Izagandoa, nos vuelven a llevar al Romanzado. 

El recorrido nos lleva a Orradre, un pueblo que está después de pasar Domeño, a unos pocos kilometros nos encontramos con el puente de Orradre y cogiendo a su izquierda nos llevará a Orradre y Napal.
Como siempre el recorrido lo hacemos de la mano de Fernando Hualde y su blog despobladosnavarra.
Siempre recordando que,

NO ES LO MISMO DESHABITADO QUE ABANDONADO.

Todos los pueblos abandonados están deshabitados pero no todos los pueblos deshabitados están abandonados






ORRADRE

ORRADRE, LOS ÚLTIMOS SÍNTOMAS DE VIDA




         El Romanzado, en la merindad de Sangüesa, es una de esas zonas de Navarra que más está acusando la regresión demográfica del ámbito rural. Allí esta Orradre, una pequeña localidad que está oficialmente despoblada, pero en la que todavía se ven síntomas de vida.

         En los últimos años estamos asistiendo al resurgimiento de un nuevo vocabulario con el que los políticos abordan en congresos, reuniones, y ruedas de prensa, la situación del mundo rural, especialmente la de las zonas más desfavorecidas. Nos hablan de desarrollo rural, de planes estratégicos, de ecodesarrollo, de planes de comunicación… Palabrería.
         Son palabras y expresiones bonitas, que suenan bien, que visten mucho a nivel institucional, que mueven millones, que parecen algo. Y sin embargo la realidad es cada vez más sangrante, más penosa, más dura. Y para muchas localidades navarras todas estas “declaraciones de intenciones” llegan tarde, irremediablemente tarde. Y el Romanzado, en la merindad de Sangüesa, es uno de esos lugares en donde la dura realidad demográfica se nos muestra en toda su crudeza.
         En esta misma sección vimos en su día la historia de Iso, un pequeño pueblo junto a la foz de Arbayún, del que ya tan sólo quedan sus ruinas. Hace no mucho veíamos también la historia de Napal, en donde vive el pastor, y en fin de semana y vacaciones algunas personas más. Y hoy, sin alejarnos mucho de Napal, vamos a acercarnos a la realidad de Orradre, al que me resisto a llamar despoblado, aunque la realidad es la que es, y desde los años sesenta figura oficialmente como despoblado.
         Y si me resisto a llamarle despoblado, pese a estar todas sus casas vacías, es porque quiero pensar que todos esos planes estratégicos y todos esos proyectos de desarrollo rural acabarán sirviendo para que vuelva a tener vida. Bastaría con tener agua corriente. Lo demás, las ganas de volver a habitar esas casas por parte de sus antiguos inquilinos, creo que se mantienen, como lo demuestra el hecho de que allí acuden los fines de semana y en el verano. Incluso entre semana se detecta algo de vida: el pastor de Napal, el perro de la casa de Juan Tabar, incluso alguna huerta denuncia una presencia humana permanente.


Pueblo vacío



         Hay pocas casas en Orradre. Se pueden contar con los dedos de una mano, y aún sobra un dedo. Hablamos de casa Juanito, casa Ruperto, casa Juan Tabar, y casa García. A estas cuatro casas hay que añadir en el caserío la iglesia de San Juan y varios corrales. A mediados del siglo XIX, según el diccionario de Madoz, había ocho casas en esta localidad, de las que solo cuatro estaban habitadas, sobrentendiéndose que las otras cuatro eran corrales. Seguramente en todo este tiempo nunca han pasado de cuatro casas habitadas. El pueblo quedó deshabitado hacia el año 1962; se quedaron entonces abiertas las puertas de las casas, y estas totalmente abandonadas. Unos años más tarde, hacia 1970, los antiguos vecinos se preocuparon de volver a cerrar las puertas y cuidar sus casas, habitando el lugar en verano y durante muchos fines de semana, situación esta que se mantiene a día de hoy. El censo de 1802, de forma excepcional, nos arroja un censo de cinco casas habitadas; debió de ser la época de mayor esplendor. Lamento no saber el nombre de aquella quinta casa ni su ubicación.
         Hubo antaño también una ermita, bajo la advocación de San Julián, que hace siglo y medio estaba en ruinas, y hoy solo quedan unas piedras y el hidrónimo. Hubo también, probablemente, un pequeño molino, que habría estado ubicado en el punto en donde hoy nace la carretera que va a Orradre y Napal, paraje este al que todavía hoy se le conoce como “el Molinacho”. Sin olvidarnos de las caleras, muy cerca del pueblo, de las que hoy todavía quedan restos de dos de ellas. O del cementerio, que antaño rodeaba el recinto parroquial, y hoy mantiene su distancia prudencial con el pueblo.
         Actualmente Orradre figura como despoblado, pero lo cierto es que no es raro ver pasar entre sus casas al pastor de Napal, o al de Juan Tabar cuidando y mimando la huerta, incluso se ve una mano humana permanente que se traduce en muchos detalles.
         También se detecta otro tipo de presencia humana, la de los amigos de lo ajeno, que en los últimos años se han empeñado en llevarse todas las piedras esquineras de algunas de sus casas y corrales. Pocos pueblos se libran de este tipo de rapiñas, y la verdad es que duele ver ese expolio.


Casas con historia


         Pero vamos a detenernos un poco en la historia que hay detrás de esas casas de Orradre. Ya sé que no es una historia de las de salir en las enciclopedias, pero no por ello deja de ser su historia, la historia de sus gentes. Hablamos de sagas familiares como los Oroz, o los Tabar, saga esta última que derivó en tiempos más recientes en los Equiza.
         En la parte baja del pueblo esta Casa Juanito. Luce en su blanca fachada una piedra empotrada, que se supone que es la antigua clave de la portalada, en la que se ven las iniciales de JHS (Iesu Homine Salvatore, o Jesús, Hombre y Salvador). Estas iniciales quedaban reservadas antiguamente para aquellas casas que habían aportado a la Iglesia algún clérigo. Colindante a esta casa está el corral, en cuyo interior un habitáculo aloja un horno de pan perfectamente conservado, que de alguna manera nos da una información etnológica interesante sobre el modo de vida de esa casa, cuyo reducido tamaño debió de forzar a sacar el horno al corral. 
         En el otro extremo del pueblo está Casa Ruperto. Es la peor conservada de las cuatro, de hecho está en ruina total. Luce íntegra su fachada principal con una portalada sencilla con arco de medio punto. Sobre la puerta, más concretamente sobre la ventana que hay encima de la puerta, pude verse tallado en el dintel un dibujo lineal que quiere representar un símbolo solar de sencillo trazado. Ya sé que es un dibujo sencillo, pero no por ello deja de encerrar toda una filosofía de vida en la que se imponía buscar, en base a las creencias populares, las fórmulas adecuadas para invocar la protección de la casa y de cuantos la habitaban.
         La casa más grande de todas es la llamada Casa García, todo un señor edificio ante cuya imagen basta con cerrar los ojos para imaginar la vida que pudo haber en épocas anteriores en el mismo umbral de su puerta en donde todavía hoy se pueden vivir momentos llenos de magia. A modo orientativo puedo decir que en el año 1075 García Sánchez, señor de Domeño, y su esposa Urraca, donaron al monasterio de San Salvador de Leire los palacios que tenían en Domeño, Argüiros, Orradre, y Cortes. No sé si es aventurar mucho el decir que esta casa pudo ser aquél palacio de casi mil años de existencia documentada. Su aspecto señorial y el nombre de García me permiten creer que realmente es así. No obstante lo expongo con todas las reservas.


Los Tabar


         Otra de las casas es la que siempre se ha llamado de Juan Tabar, o Juantabar. La casa no llega a tener cien años; la clave de su puerta sitúa su construcción en 1919. Sin embargo intuyo que este edificio se hizo en sustitución del anterior, pues la casa Juan Tabar es de las que tiene solera.
         ¿Quién era Juan Tabar?. Pues para empezar hay que tener en cuenta que el apellido Tabar nunca ha faltado en esta localidad desde hace muchos siglos; y el nombre de Juan se repetía hasta la saciedad en base a esa moda que ha existido siempre de poner el nombre del patrón; en este caso San Juan. No obstante nos encontramos con que en la segunda mitad del siglo XVIII el abad de esta iglesia de Orradre, que era natural del lugar, se llamaba Juan Ramón Tabar.



         En 1766 un tal Juan Tabar, respaldado por el mencionado abad Juan Ramón Tabar, se enfrentó al resto de vecinos por un problema de goce de hierbas. Resulta curioso imaginar aquella situación; cómo en un pueblo con cuatro casas, y de obligada convivencia los unos con los otros, podía llegarse a pleitear. Todo sucedió el 3 de septiembre de aquel año de 1766; ese día se reunieron el escribano con los vecinos en el atrio de la iglesia, “que es el puesto destinado, por no haber Casa Concejil, para actos semejantes”. Allí se vieron las caras Juan Joseph de Yndurain, Juan Martín de Zunzarren, Juan Tavar, y Fermin Tavar (entonces escribían Tabar con “v”), todos ellos jurados y vecinos de este lugar. Y así, estando juntos, dijeron que este pueblo tiene su término muy limitado, y de cortísima pastura, y no obstante introducen en él mucho ganado. Demasiado ganado para tan pocas hierbas. Es por ello que el 29 de junio, día de San Pedro, tenían los vecinos la obligación de sacar del término de Orradre todo el ganado menudo, llevándolo a “yerbas forasteras”, manteniéndolo en ellas hasta el 29 de septiembre, día de San Miguel. Así estaban las normas establecidas hasta que Juan Tavar, por lo visto el más afectado, se enfrentó a sus vecinos defendiendo que había hierbas suficientes como para no tener que sacar los ganados de allí. Y es que las cosas no se le habían puesto fácil a Juan Tavar (o Tabar), sobre todo desde que dos décadas antes se disolviese la facería que mantenía Orradre con Arboniés.
         En 1780, ya viudo, Juan Tabar todavía tiene ganas de pleitear, y lo hace entonces con los Jerónimo García, heredero de Juan Miguel García, que lo mismo vivía en su casa de Domeño que en la de Orradre. Y un año más tarde vemos al hijo de Juan Tabar, llamado Juan Francisco, envuelto también en pleitos con los de Usún.
         Quien también debía de ser ganadero era José María Oroz, que en 1828 todavía andaba queriendo cobrar unas deudas que con él habían contraído unos vecinos de Berrioplano tras comprarle un ganado que no acababan de pagar.


Abades


         Y de la parroquia, hoy totalmente vacía y cerrada a cal y canto, sólo decir que antaño tuvo su pequeña historia. En 1558 moría su abad Sancho Pérez de Lumbier, a quien sustituyó Juan de Napal, del que sabemos que en 1597 todavía seguía en el cargo; a este le sustituyó un año después Martín de Lizarraga, que abandonó el cargo en 1607, tomándole el relevo Juan Ibañes de Zuazu, quien décadas más tarde dejó su puesto al ya mencionado Juan Ramón Tabar. Pero, en fin, que no es cuestión de recomponer aquí la relación de abades que ha tenido esa iglesia de San Juan. Simplemente se trata de dejar constancia de que en Orradre tenían abad; quiere esto decir que el nombramiento de cada “párroco” no se les venía impuesto desde el obispado, sino que eran los vecinos quienes proponían su candidato, por tener derecho a ello.

         Y nada más por hoy; que allí se queda Orradre, en silencio, con unas casas y unas piedras que nos hablan solas, que nos cuentan mil historias. Hoy es ya momento de interpretar su historia, y también dejar que sus últimos vecinos nos aporten el testimonio de lo que un día llegó a ser. Son relatos que no se deben perder. Y tampoco Orradre se debe perder. Cuestión de agua, dicen.



Autor: Fernando Hualde

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